Agua. El agua es anterior al sol y a la tierra, que surgió de ella. Los antiguos llamaron aguas superiores a aquel mundo signado por los fenómenos atmosféricos –y al aire como su medio natural– que tiene al firmamento como cúpula; y aguas inferiores a los líquidos que conforman los mares, ríos, lagos y manantiales –y sus equivalentes psicológicos y gnósticos–, presentes en todo el planeta. Las aguas son símbolo de purificación como bien puede verse en las sociedades arcaicas que acudían a ellas en busca de una nueva vida (por ejemplo el bautismo cristiano).
El agua, energía pasiva, fecunda constantemente la actividad de las potencias. En la lámina XIIII se entremezclan las aguas y, paradójicamente, en la XVII, los mismos líquidos, recogidos de un cauce, vuelven a integrarse a su corriente.
Las aguas son un vehículo necesario para la reproducción de todas las especies; las de la lluvia han sido tomadas constantemente como un factor imprescindible para la generación universal, a tal punto que los dioses de la lluvia ocupan un lugar análogo o aún más importante que las deidades solares en ciertos panteones; la sequía es sinónimo de maldición (ver luna, nube, cangrejo). La copa (ver), el hombre copa, o piedra viva, nace de la actividad del cielo propagada por las lluvias sagradas.